21 noviembre, 2014

"Salve y adiós"

Estoy segura de que aún me queda mucho camino por recorrer, aunque no tenga el tiempo para hacerlo. No soy ni de lejos la persona que me gustaría llegar a ser, pero intento encaminarme en esa dirección. Es todo un desafío ya que esa persona hipotética y yo somos muy diferentes.

Ella es valiente. Es optimista. No teme a la hora de tomar decisiones, y no tiene prisa por tomarlas: por eso, siempre suele acertar. No miente y no se miente a sí misma con lo que siente. No finge, no llora, no se encierra. Sonríe y camina. Me gusta imaginarla así. Sonriendo y caminando.



Yo no lo soy. Creí que lo era, pero no lo soy. Cuando estoy a punto de hacer algo valiente, pienso que la otra persona no lo valorará igual que yo. Que se reirá, que me ignorará, que me humillará. Y termino encerrándome de nuevo, protegida en mi cobardía. Nada de eso es valiente, ni optimista. Nada de esto indica que sea buena tomando decisiones. Obviamente me miento a mi misma continuamente sobre mis sentimientos porque sacarlos a relucir sería algo masoquista por mi parte. No sonrío y me quedo estancada.



Pero creo que una vez lo fui.

Ha habido días en los que me he visto perdida, sin saber que rumbo tomar. Tal vez fue esa una de las razones por las que dejé de escribir. Y hoy me apetece ser sincera, mostrar que por mucha filigrana literaria que haya dejado por escrito aquí, no soy mejor. Me mostraba cínica con ciertos valores de la sociedad, y con razón: Tenía las soluciones para todos los problemas pero no podían ser míos. Porque entonces todas esas cosas que me había pasado tanto tiempo juzgando, volvieron a mí. 

Dicen que rectificar es de sabios. Estoy convencida de ello. Pero no tengo el valor para hacerlo, para ser sincera y caer de nuevo ante la humillación de exponer la parte que más tiempo llevas ocultando. Así que, sea quien sea la persona que lea esto, lo siento. Porque creo que la persona que lea esta entrada será porque está buscando algo de mí: ya sea por el simple hecho de que le gustaba las cosas que escribía, en cuyo caso lo siento, porque he perdido en gran parte esa capacidad. O tal vez sea porque esperaba encontrar algo como esto, algo que le diera respuestas. No sé si te habré contestado lo suficiente.

Quise pensar que todo lo que hacía era por una causa mayor. Todas las cosas que sacrifiqué lo hice pensando en el futuro, en asegurarme que me fuera bien. Y no pensé en una de las cosas más básicas y que tantas veces me había dedicado a señalar: no sabes cuándo será tu último día. Por eso, cuando vives experiencias que te acercan un poco al otro lado, en las que realmente crees que vas a morir (un accidente o una enfermedad) te das cuenta de lo idiota que has sido intentando ser más lista que la vida. 

No creo que ninguna de mis decisiones fuera la más correcta. Ni de lejos. Hay muchas de las que me arrepiento cada día, y de las que no puedo hacer nada para cambiarlas, solo intentar rendirme. Intentar olvidar todo aquello que perdí por intentar ganar.



Lo que intento explicar con esta entrada, la cual probablemente cierre una etapa de mi vida como "pseudoescritora", es que es absurdo intentar vivir por el día de mañana. No merece la pena. Cuando lo hacemos nos olvidamos de lo que tenemos hoy y de la persona que fuimos ayer. No disfrutamos lo suficiente de esos pequeños instantes de felicidad plena que son tan sencillos de conseguir.


Como guinda final, diré dos cosas que sé por experiencia personal.
 
1. Si mañana tuvieras un accidente, ¿dejarías las cosas como están hoy?

2. Mene mene tekel upharsin. A lo mejor alguno de vosotros ha leído esta frase antes si tiene mi número de teléfono. En hebreo significa, "Se te ha puesto en la balanza y has sido hallado falto". No es, como muchos piensan, una indirecta que estuviera mandando. Era un recordatorio que creo que debería hacerse más común. 

No voy a explicar que significa la balanza, porque seguro que tú, mi querido lector, lo sabes.

                                   Porque si no lo supieras, no estarías leyendo esto.

06 junio, 2014

A veces, hasta te mataría

Sí. Suena sádico, cruel. No es el típico mensaje que se suele lanzar a que los demás lo lean así como así. Pero he llegado a tal punto de confusión mental que me da igual.

A lo largo de este blog he ido escribiendo diversas entradas con pensamientos más o menos profundos que me iban surgiendo sobre la vida; sobre cómo debería haberla vivido o sobre cómo debería afrontarla de ahora en adelante. Me parece recordar que este blog empezó cuando yo tenía unos... ¿16 años? Puede ser.

No me considero mucho mayor ahora, pero tengo claro de que algo ha cambiado. Obviamente. ¿Quién querría seguir  siendo quien era a los dieciséis? Todo ese acné, cambios de humor, cambios físicos que no te acababan de convencer... Todo ese tema de las primeras veces que parecen surgir todas de golpe: La primera vez que rechazas, que te rechazan, que te enamoras y que te desenamoras. 
Pero, ¿realmente supimos reconocer el amor?



Yo creí que sí. Sabía exactamente cómo era. Sabía como eran sus ojos, sus labios, el color de su pelo. Su estatura, sus manos, su risa. Me conocía al dedillo cada detalle de su personalidad. Era como si poco a poco fueras memorizando a una persona hasta que llegabas al punto de saber lo que iba a decidir antes de que ella misma lo decidiera. Estoy segura de que el que este leyendo esto sabe de qué estoy hablando: acabáis de pensar en alguien.

Ahora bien, más tarde te das cuenta de que no. De que realmente el amor no tiene un cuerpo específico, ni unas manías que complementen a las tuyas. Es como el aire, no tiene forma, pero notas que está ahí, delante de ti. Y a veces, desaparece. Sin más, sin dejar rastro.

Tres años después de creencias sobre que el amor "surge", cambié a la filosofía de que el amor se "construye". Buscas a una persona que se parezca a ti, que os podáis complementar y que os llevéis bien. No tenéis ningún problema en ser amigos. Y, sorprendentemente, notáis un mínimo de atracción física. De los tres pilares necesarios para una relación (amor, amistad y deseo), tenéis dos. ¿Qué os falta? Una simple descarga de oxitocina que no se produce. 



A pesar de todo, empezáis a pasar tiempo juntos. Os acostumbráis a la cercanía del otro, coordináis vuestros movimientos: todo en vosotros parece que lleva el titular de "pareja perfecta". Y aún así, sigue faltando algo importante que los dos notáis. Miráis a la otra persona pensando: "¿Es esto todo lo que puedo obtener?". Pero la esperanza - o el orgullo - os sigue jugando malas pasadas, y seguís esforzandoos para que eso funcione. Hasta que llegue el día en el que dimitiréis de esos sentimientos, y os consolaréis diciendo: esto es lo que todo el mundo NECESITA. No quiere. No ama. No desea. Pero sí necesita. Porque es vuestro antídoto para la soledad.

Una vez pasa el tiempo y vives ambas cosas, te planteas hasta que punto se puede considerar esa relación necesaria, y por qué parece que todos tenemos tanta prisa por encontrar el amor. Nos volvemos tan ciegos buscándolo que tememos no encontrarlo nunca y terminamos con lo que creemos que necesitamos. Me recuerda a cuando buscamos algo que queremos por los cajones de la habitación y nos distraemos con alguna otra cosa. Y ya dejamos de buscar. Nos quedamos con lo nuevo.

Por muchas cosas que escriba, nada va a cambiar. Todos vamos a seguir actuando igual; no porque sea un error innato de la especie humana, sino porque estamos mentalizados de esa manera. Creemos que es lo correcto. Cuando hacemos sacrificios por alguien a quien queremos nos sentimos bien, ¿verdad? Parece que debemos estar orgullosos de ello. De dejar a alguien a quien queremos por el daño que podamos causarle. Eso es de héroes y heroínas. Y sí, yo lo aplaudo, requiere de fuerza de voluntad saber decir no a lo que más quieres.

Pero cuando lo haces, será la otra persona la que realmente pase página y te supere, porque tú, con todos tus deseos de ser fuerte, valiente y capaz, te has hundido en el fango de la confusión. Has hecho algo bueno, pero te arrepientes de haberlo hecho. ¿Te convierte eso en una mala persona? Tal vez lo seas.

Todos hemos hecho daño a alguien alguna vez. Ahora es cuando alguien piensa: "A lo mejor era por un buen motivo". Bien, estás pensando que el fin justifica los medios, y ya sabrás que esa frase existe para apalear los sentimientos de culpabilidad de alguien.

No es malo que sintamos culpabilidad. Es malo que huyamos de ella.

¿Veis? A veces, hasta me mataría.




01 abril, 2014

La maldición de todo mortal

Todos convivimos con una extraña maldición, desde que nacemos, hasta que morimos. A medida que van pasando los años, que vamos comprendiendo de una forma mucho más racional el por qué de las cosas... No. No quiero mentir. No mejora. Siempre empeora, porque cada día que pasa es tiempo que te es robado. Y la maldición siempre se cumple.

No importa lo mucho que quieras o que te importe algo, siempre se acabará. En esta vida, todo tiene fecha de caducidad: la amistad, el amor, la vida... Absolutamente todo caduca. Algún día, perderás a aquella persona - o animal - que más quieras en este mundo. Ni tú ni nadie podrá detener esa maldición.

Eso no quiere decir que no puedas controlarlo.

No hace mucho me preguntaron qué se podía hacer para desengancharse de alguien. No intento parecer una listilla al decir que no tardé más de 30 segundos en contestarle. "Suprimir la expresión y revaluar las emociones. Centrarse en lo negativo de la revaluación y comenzar valuaciones alternativas".

Los seres humanos formamos parte de una especie que es mucho más emocional de lo que biológicamente le conviene. Disfrutamos más, racionalizamos aquello que nos produce placer y aquello que nos repugna. Por desgracia, esta parte también incluye que suframos más por hechos que, a la hora de analizarlos fríamente, no deberían afectarnos tanto. Ninguna especie sufre tanto como nosotros cuando perdemos a alguien. Cualquier animal lo vería absurdo. Somos más de siete mil millones de personas en el mundo y nos dedicamos a llorar por uno en lugar de buscar un reemplazo, de intentar adaptarnos cuanto antes a una nueva persona que ocupe su lugar y cumpla sus funciones.

No es para tanto. Nadie es tan único, especial o inigualable. Solo que somos tremendamente impacientes, cabezotas y masoquistas. Tanto que nos repetimos constante e inconscientemente el mismo mantra: "No habrá nadie como él/ella".

Visto así, suena fácil. Tal vez demasiado para una persona socialmente correcta, ¿no? Debemos sentir y sufrir las pérdidas. Es lo correcto. Y no te digo que no, pero ¿quién te ha dicho eso? ¿Acaso crees que has nacido con ello, que es una cualidad innata en ti? ¿Que forma parte de lo que nos hace humanos? Piensa detenidamente. Es natural echar a quien no está de menos, pero ¿realmente es necesario el drama?

Seguramente responderás que sí, porque no puedes evitarlo. Porque tu mente ya ha dedicado varios años a construir una estructura dentro de ella que te diga cómo debes actuar y sentir en la situación X y la situación Y. Y por más que los poetas y los literatos luchen por afirmar que sentimos con el corazón, lo siento; eso solo es un síntoma. Sentimos con el cerebro. Y una vez fija ciertos bloques, me temo que no podrás cambiarlos. Solo controlarlos.

Así que te daré el mismo consejo que le di a mi amigo. Si necesitas desprenderte de algo, primero suprime toda expresión de tu rostro. Que no se note. Si los demás no lo perciben, poco a poco tú te irás convenciendo de que no existe. Después, revalúa lo que sientes. Hasta qué punto te es útil sentirlo, busca todo aquello que encuentres absurdo, ridículo, inútil y hasta humillante.Y cuando ya lo tengas bien memorizado, intenta buscar cualquier cosa que ocupe tu mente. Otra persona, otro animal, otra actividad. Distráete. Porque inevitablemente, volverás a recordar todas las cosas buenas y te juzgarás duramente por haberlo abandonado.

Todos tenemos que vivir con nuestra maldición, pero eres tú quien decide hasta que punto eres preso de ella.
Con la tecnología de Blogger.