01 febrero, 2012

Miguel D'Ors



Yo os diría..

Yo os diría su aroma de maderas preciosas,
su palidez copiada por la luna en febrero
y su contacto noble de pan de pueblo.

Os hablaría de su cabello suelto,
de cómo huele a noche, a sombra de algún río,
de sus manos, de esas dos palomas viajeras,
de esa cristalería de su risa en el mundo.

Cantaría su cintura de palma de las islas,
sus caderas de cántaro sencillo
y las uvas salvajes de sus labios.

Explicaría su lluviosa mirada,
la azucena serena de su cuerpo en medio de las noches,
le daría su nombre de arroyo de montaña,
de tierra laborable.

Cantaría a la sombra de su sonrisa
como quien canta una mañana debajo de un cerezo
y os diría, os diría, os diría mil cosas
si existiesen palabras para ella.



Así se presenta Miguel D'Ors hoy en el blog, resaltando el por qué se enamoró de aquella chica que conoció cierto día de playa y arena. ¿Qué puedo decir que no nos diga en este poema?

Muchos dirán: "¡empalagosa!", se que lo haréis nada más lo leais. Pero, ¿de verdad es empalagoso expresar de esta forma lo que es estar enamorado?

Pensemoslo bien. Miguel muestra deseo, muestra esa idealización de la persona que quiere, muestra esa sensación de quedarse sin palabras cuando la ve... Y esa "lluviosa mirada" de cuando la conoció. Porque este poema esta muy emparejado con otro, llamado Canción para una chica que lloraba sola en Taramay.




Lágrima que yo he visto brotar de tu silencio
y de tus quince años
y que cayó en la tarde con un algo de hoja
desprendida de un mayo...

Yo no sé de qué pena, de qué esperanza rota,
de qué nombre venía,
ni si era tu primera lágrima de mujer
o la última de niña.

Yo pasé junto a ti como pasaba el viento
y el rumor de las olas.
Nunca sabré tu nombre. Nunca sabré el pasado
de esa lágrima sola.

Ni tú sabrás tampoco que una tristeza tuya
cruzó una vez mi vida...
La noche será corta. Mañana volverás
a ser una sonrisa.

Pero quiero decirte que esa lágrima tuya,
cayendo inconsolable
de tus años -tan dulces, tan amargos, tan quince-,
desbarató la tarde;

que la playa y el verde de las enredaderas
y julio y sus gaviotas
se ensombrecieron cuando, a solas con el mar,
lloraste porque todo, porque nada, por cosas. 



¿Quién no ha visto llorar nunca a nadie? ¿Quién no ha sentido esa duda acerca de si debería de acercarse a tratar de consolar a esa persona? Y cuando esa persona parece tan dulce, tan frágil y a la vez tan difícil de deducir el por qué de sus lágrimas que tanto nos conmueven...



Ojala tuviéramos un poquito mas de valor para poder acercarnos a ellas, poder sentarnos a su lado tratando que con nuestra presencia aminoremos un poco la carga que llevan. 




Y hablarles de todo,
de nada...
De cosas.

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