25 abril, 2012

La chica del lago

Para empezar diré que el resumen de la parte de atrás del libro me parece publicidad engañosa, o por lo menos, tan insuficiente como la punta de un iceberg. Nos habla de las maravillas del amor y la amisad.



Primera impresión: típica ñoñada adolescente.
Impresión actual tras leerlo: no es un libnro que precisamente hable de lo perfecto e ideal que es el mundo, no; me gusta como se ríe de la vie en rose, de esas cursiladas de amoríos demasiado jóvenes como para ser reales. Obviamente, no todo el mundo es rosa (gracias a Dios). Y los protagonistas son más bien... Grises, gris tirando a oscuro.

A lo largo de este libro, no existen capítulos, si no alternaciones de los pensamientos y puntos de vista de los protagonistas: Sacha y Jewel. El primero lleva las palabras "enfermedad", "cáncer" y "posibilidad" tatuadas a fuego desde que era un niño. Muchas veces parece que su locura viene de los traumas infantiles cuando no es más que ganas de vivir, de no pensar con sensatez y de tener su propia lógica ilógica. Los lectores terminan admirándole por su mentalidad de Carpe diem. Y no confundamos: Carpe diem no significa tener que salir de fiesta a diario, emborracharse y liarse con 50 distintos. Significa aprovechar el momento.



Significa que no pierdas las pocas oportunidades que da la vida para crear momentos inolvidables.
La protagonista, Jewel, tiene un problema con sus "padres", por llamarlos de algún modo. Tras una situación familiar deprimente, decidieron que lo mejor para evitar traumas a su hija de 8 años que necesitaba a sus padres más que nunca, era abandonarla con sus abuelos. Curiosas últimas palabras las de su padre, el que tanto decía quererla.
  No deberías haber nacido.

Protagonistas que se sitúan muy lejos de las típicas vidas adolescenes, forzados a cargar con problemas que no corresponden a su edad. ¿Cuántas veces tratamos de ponernos en el lugar del otro? ¿Y cuántas de esas veces terminamos pensando "no es para tanto" o "estará bien, es fuerte"?

Nadie es fuerte y nadie estará bien solo. Ninguna persona es de piedra y permanece impasible ante los golpes de la vida. Y a nadie le cuesta nada decir unas simples palabras para evitar que el otro se sienta ahogándose en su propio lago de heridas psicológicas.

En esta novela de Steph Bowe no solo leemos formas de aprovechar al máximos nuestros días a pesar de los obstáculos; podemos leer entre líneas una crítica -más que merecida- a la falsa cortesía de la sociedad usando unas palabras de consuelo vacías.

Pero tras estar leyendo las 236 páginas de la novela y ver cómo se apoyan el uno en el otro, y a su vez, en los pocos que les rodean, me quedo con la última frase del libro, la más importante si no quieres arrepentirte de nada.



Lo que la gente piense no importa

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