07 abril, 2012

Mírame y dispara

Y retomo el trabajo del blog haciendo una reseña de las 50 primeras páginas que he podido leer de este libro. Si todo va bien, se publicará el 24 de mayo de este mismo año, y creedme cuando os digo que la cosa promete.

No sé si será porque acabo de volver de Italia y aun conservo parte de la magia seductora que poseen las calles de Roma, pero este libro es realmente escalofriante: mezcla la vanidad, la superficialidad y la prepotencia de quién conoce perfectamente sus puntos fuertes con la debilidad, confusión y vergüenza que te provoca un amor fuerte e inesperado. Uno de esos de los que suplicas no caer, no enamorarte, mantener las distancias con una hostilidad que realmente, no es propia de ti. Y a pesar de todo, caes. Y lo agradeces.



Esto podría ser una buena definición del comienzo del libro. Kathia es una chica demasiado guapa e inteligente como para no saber aprovechar su belleza para causar más de un quebradero de cabeza a los chicos. Seducir es su forma de vida, ¿pero dejarse seducir? Jamás. 
Acaba de volver de un internado de Viena al seno de la familia más importante de Italia, la suya propia. El dinero, el derroche y el orgullo están presentes en cada esquina de la casa. El desafío que muestra Kathia hacia su padre muestra resentimiento hacia algo del pasado, la mención de su madre y de la hermana que la quiere ver lejos de casa nos dan a pensar que habrá varios problemas a lo largo de la historia. 
Sobre todo porque aparece Cristianno, un chico cuya norma es no enamorarse y llevarse a la cama a las chicas más guapas de su instituto. Nada de compromisos, nada de dejarse llevar por el sexo opuesto. Principios que no tardarán en cambiar al conocer a esa chica tan provocativa que no tolera que le den órdenes. En cierto modo, ambos personajes son muy parecidos. Pero Cristianno juega más a la defensiva, evita hablar más de la cuenta. Y su pasatiempo preferido: volver loca a la recién llegada.

Y este es uno de mis "juegos" preferidos. El tira y afloja en una relación, el alternar el dar y privar, el todo y nada, el tuyo y mío. Un equilibrio entre ambos, si que sea siempre una mitad más débil que la otra. Que ambos controlen, que ambos pierdan, pero eso sí, nunca los dos a la vez. Que cuando uno caiga, el otro le impulse hacia arriba y le ayude a mantenerse en pie.



La gente habla de igualdad cuando realmente habla de moralmente correcto. No sabe que ser igual significa poder encontrarse en un mismo nivel con varias posibilidades, da por supuesto que cediendo una pequeña parcela a la otra persona para que la explote llegará al mismo nivel que el proveedor. No nos equivoquemos. Llevar siempre las riendas es agotador. Ser llevado a cuestas resulta monótono.

Y todavía nos preguntaremos por qué las relaciones no funcionan hoy en día.

Necesitamos más del otro. Menos de nosotros. Más mitades, menos absolutos.

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